Los celtas creían que fuentes y manantiales daban entrada al misterioso mundo subterráneo. Tal creencia persistió en las leyendas folclóricas que consideraban que las fuentes encantadas eran puertas al país de las hadas. Sus mágicas aguas, o las criaturas sobrenaturales que moraban en ellas, tenían la virtud de curar enfermedades o proporcionar buena suerte.
Quienes acudían a las fuentes mágicas en busca de cura para sus males debían dar tres vueltas a su alrededor después de probar el agua. En cambio, el forastero que durmiera durante la noche junto a la fuente despertaría con alguna deformidad. Las hadas guardianas de las fuentes mágicas adoptaban diversas formas. En una fuente , el espíritu residente tomaba la apariencia de una mosca. Si se mostraba vivaz, era buen presagio; si se mostraba perezosa, la mala suerte estaba garantizada.
Era habitual hacer ofrendas a los espíritus de las fuentes. Podían consistir en guirnaldas de flores, trozos de tela atados a los matorrales cercanos, prendedores o monedas.
Los enamorados solían arrojar agujas al agua esperando que el espíritu tutelar bendijera su unión. Si la aguja flotaba, era buena señal. Si se hundía, los novios sabían que les convenía separarse.
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