Los celtas creían que fuentes y manantiales daban entrada al misterioso mundo subterráneo. Tal creencia persistió en las leyendas folclóricas que consideraban que las fuentes encantadas eran puertas al país de las hadas. Sus mágicas aguas, o las criaturas sobrenaturales que moraban en ellas, tenían la virtud de curar enfermedades o proporcionar buena suerte.

Era habitual hacer ofrendas a los espíritus de las fuentes. Podían consistir en guirnaldas de flores, trozos de tela atados a los matorrales cercanos, prendedores o monedas.
Los enamorados solían arrojar agujas al agua esperando que el espíritu tutelar bendijera su unión. Si la aguja flotaba, era buena señal. Si se hundía, los novios sabían que les convenía separarse.
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